viernes, 6 de julio de 2007

Valdivia

Había estado tres veces en Valdivia.

El primer campamento de verano en la ruta, durante enero de 1996, me encontró junto a mi equipo llegando a la ciudad en medio del mochileo. Aquella vez éramos varios y veníamos de Aldachildo, un caserío de cincuenta familias dedicadas a la pesca en la Isla Lemuy, al este de Chiloé. Pasábamos de segundo a tercero medio y antes del día 19 del mes íbamos a ser los más grandes del Clan Mitimae. Era extraño, no teníamos mucho idea de qué hacer, de quiénes éramos, pero estábamos ahí, caminando, haciendo dedo, con el pañuelo al cuello, alrededor del fuego en el lugar de campamento -cuyo nombre no recuerdo, que era cerca de Villarrica, aunque sé que había que caminar muuucho para llegar al lago; ah, y en una sacada una patrulla le echó la foca al Quico Guzmán-.

Hice dedo con Marco Arellano hacia Ancud -volviendo al tema de Valdivia-, con el Topo García camino a Puerto Montt y el Pancho Lacalle entramos a Valdivia por el sur. Más adelante el Chino Arellano me “enseñó” a hacer dedo con la “gran Marcelo Salas”, pero se nos había sumado el Cholga, que era yeta, y nos fue mal. El caso es que nos reunimos en la plaza, encontramos un alojamiento y estuvimos ahí unas tres noches. Estuvo re bueno.

Al año siguiente éramos menos. Se habían ido el Juampi, el Topo y Pancho. Roberto y Moreno no siguieron. Ahora éramos la Ruta 5, en plena ley seca “montamos” un pub en mi carpa con living incluido y la pasábamos mejor. Volvimos a Valdivia, con cuentas pendientes, con cosas que no habíamos podido hacer. De vuelta en el mismo alojamiento, que resultó ser de un gay que decía ser primo de Pedro Reyes y que estaba en pleno barrio de casas de putas. Otras tres noches, con salidas prohibidas entremedio y una última noche junto a los dirigentes del equipo de segundo que dejó mucha tela para cortar en el Consejo de Grupo en campamento.

Cinco años pasaron hasta que volví a la Plaza de Armas de Valdivia. Esta vez a cargo de unos chicos con los que en un comienzo me llevaba mal, con quienes después me llevé bien para después volver a putearlos en otra oportunidad. Digamos, una verdadera relación de amor-odio, tal vez más del último. La cosa es que llegamos con el equipo de segundo de entonces. Arrancando de la lluvia en Alerce Andino, alterando la ruta original que nos tendría que haber llevado a un parque cercano a Caburgua. “¡No, que en allá llueve todo el día!”, era el reclamo en plena costanera de Puerto Montt. Finalmente se dio y pasamos tres o cuatro noches en un casa que arrendábamos frente a la discoteque Scanner.

Hoy escribo esto desde Valdivia, a orillas del Calle Calle, otros cinco años después de aquel enero de 2002. Esta vez no fue mochileando ni en un hostal. Paro en el Hotel Villa del Río mientras cubro la segunda fecha del Rally Mobil. Acabo de volver de la cena, después de haber viajado bien temprano por la mañana, de un viaje más largo de lo que debería hacer, del reporteo en las pruebas del medio día. Desde que el avión aterrizó empecé a redactar este mail-carta-crónica. Me acordé de aquel último mochileo, de lo bien que lo pasé junto a ese equipo de ruta que me adoptó, de todo lo que se empezó a formar en este lugar. Efectivamente, ese era un grupo para volverse loco. Un Guatón Muñoz fabuloso, con quien nos subimos por separado y sobre la hora al tren en Santiago rumbo a Puerto Varas -recuerdo unas Escudo que nos compramos mientras hablábamos con una scout que iba a Campamentos Escolares-. La charla cómplice de Paiva y Nacho, ambos soñando con trabajar en la Ruta, ambos con todas las ganas que les permitiría más adelante ser unos tremendos jefes. El Tita que nunca entendí, con el que alguna vez me puteé, pero con la polenta de siempre. Puta... Caqui perdido en Valdivia, enojado en Pucón -¿se acuerdan?-. Murillo y su fantasía, lleno de energía. Alejo y la pausa justa. Camión-alegría, curado de vuelta de Alerce Andino. Mono! Puta Mono... ¿quién me falta....? Bueno, Santi, mi hermano, un grande. Poto, en el agua con el cayac volcado. Con todos me equivoqué alguna vez, con todos me quise amigar, a todos los volví a putear más adelante.

Se los digo en serio, de todos me he sentido orgullos. Nacho y Paiva demostraron que estaban para eso y más en la Ruta. Fueron y son geniales allí en el Clan. Impusieron un sello único. Ni qué hablar del resto. Y a Camión que ahora lo banco a muerte, que para el cumple de Santi estuvimos hablando, que le ponga huevo que el Ruca siempre se levanta.

Escribo esto tarde, cansado y no solo con ganas sino con la necesidad de dormir para poder laburar de manera decente mañana durante la carrera. Pero siento que la primera impresión cuenta. Tal vez mañana mi amargura de siempre me arruine el recuerdo. Por ahora, entonces, sólo puedo decirles que me agarró una melancolía tremenda mientras entraba a la ciudad. Recuerdos varios: la primera del Señor de los Anillos en la platea del Cine de Valdivia, Valdipap full colesterol, cayac con cámara de video en el Calle Calle, las plata que no teníamos y nos gastamos en salmón en el mercado, los carretes, las chelas, las charlas interminables en la Isla Teja y en la pieza de la casa que arrendábamos... bueno, y mil cosas más que siguieron pasando durante el viaje.

El último recuerdo de ese paso por Valdivia es en su salida norte. Yo con Panchi -cierto, me faltaba Panchi, si falta alguien más sorry, ya estoy viejo y con sueño- al final de una fila de duplas, todas haciendo dedo rumbo a Pucón. Tirándonos piedras, puteándonos, esperando que le parara a uno y dejara botado a los demás. Y pese a que éramos los últimos, nos fuimos primeros, en una van, directo a ¡Villarrica! Medio pique y después al tiro nos llevó un tipo en un Jeep a Pucón. La raja. Así fue ese viaje.

Y hoy estoy de nuevo acá en Valdivia y aunque creo que no pasaremos a almorzar a Valdipap, les juro que pasé por el centro y los vi a todos caminar juntos.


Buena caza...

Bochón.

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