viernes, 7 de diciembre de 2007

La ansiada vuelta a campamento

La ansiada vuelta de campamento.

Un verano del 2004.

Cansados, pero más vivos que nunca, arribamos a la ciudad, esa que muchos anhelan después de tan largo viaje, buscando regocijo en lo material, tranquilidad en el hogar y satisfacción en las comidas más rápidas.
Mounstros de distintas formas y colores nos rodeaban, dependemos, pero morimos por ellos. El progreso destruye todo lo que realmente importa. Gradualmente…todo desaparece.
Montamos uno de esos mounstros, 235 era como se hacía llamar y aunque todos nos parecían iguales, cada uno tenia un destino diferente.
Una vez arriba, sentados, con el propósito de cerrar los ojos y soñar con lo que hace algunos días habíamos vivido, El 235 muestra una cara distinta de lo que esperaba.
Extraño, pensé. Una percepción distinta se apoderaba de mí, miraba con otros ojos, olfateaba con más pureza, ¡si hasta caminaba distinto!, el miedo se apodero de mi como el Sol se adueña del día, hombres de grandes cabezas destruyendo lo verde y plantando lo gris, excavando hasta donde se esconden las raíces más antiguas, ¡esas que conocen los secretos de todo lo que pisamos, aquellas que mantienen nuestros pies en la Tierra, amigas de la gravedad.
Seguía con ese miedo aterrador, mis ojos se querían dormir, para pensar en la tranquilidad del lago, el regocijo de los árboles y la satisfacción de que mis hermanos no tengan hambre, pero cada vez me alejaba más de aquello que me brindaba tanta paz. El camino seguía, pero lo que veía cada vez me parecía más conocido.
Atuendos extraños, con tantas tonalidades que hasta un camaleón se volvería loco, pequeños mounstros motorizados, con mentes humanas corriendo como si la selva fuera de ellos, aplastando aves ¡y hasta su misma raza!. De pronto todo parece cambiar, veo árboles, agua, ¡VIDA! y parece extraño, pues estamos en una selva, aunque destruida. Dentro de ella hay una vieja mujer, impresionado quedé al ver que no tenía rostro, pero que expresaba más que cualquiera de nosotros, una fugaz mirada escalofriante me dejo perplejo, ¿cómo alguien sin rostro puede expresar tanta pena y dolor en tan solo un segundo?.
Creí que después de tantas enseñanzas, de superar miedos, de prometer un camino distinto, de ser alguien diferente, la ciudad no sería más que un simple regreso, pero fue distinto.
Veía con distintos ojos a la típica niña llorando, no por maltratos sino por errores, a esa anciana, de 3 pies, esforzándose en cada paso para llegar a un lugar de reposo y con toda esa gente apurada, a veces tímida, que no da sin esperar algo a cambio, que no ofrece ayuda si eso le quita un poco de su tiempo y que no habla con su hermano porque viven en distintas tierras y como olvidar esos grandes atletas que corren por las calles ganándose la vida quitándole a los demás cual Robin Hood pero con grandes diferencias.
Lo que antes era cansancio y vida, se transformaba en pena e impotencia por volver a la puta ciudad y con tan poco por hacer.
Y es en ese momento en que llegamos a nuestro destino y me veo, los veo y pienso.
De la crianza de los Locos, con la alegría de una Manada llena de vida, para pasar a ser parte de una familia, ser un animal y tomar sus valores, tener algo por lo cual luchar y terminar en la sagrada mística del Mitimae, para, esta vez solo, mostrarle a todos, la otra cara del mundo…El Rucamanqui, que lleno de consciencia y experiencias nunca olvida a sus hermanos y al Bosque que lo ayudo a ser lo que somos.

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